Apagafuegos Mbia

Los aficionados y la prensa tendemos a ser resultadistas. Supongo que es lo normal en este mundo que se mueve a una velocidad de vértigo, con unas redes sociales que invanden terrenos antes acotados a los mal llamados 'expertos'.

Visto así, lo normal sería empezar esta crónica hablando de Mbia. De su tanto en el tiempo de prolongación y del recuerdo de Mestalla, porque el camerunés es reincidente en estas lides, pero sería quedarse con el detalle por encima de lo sustancial, que no es otra cosa que la pésima imagen ofrecida por el Sevilla en Croacia.

Pésima porque no tuvo respuesta cuando las cosas se torcieron, más allá del salvífico tanto del mediocentro africano. Un Sevilla que se gripó de forma preocupante tras la expulsión de Kolo y que rozó el ridículo en el cuarto de hora final, cuando era incapaz de inquietar a un Rijeka que, por mucho que jugara con uno más, no es nadie en el panorama europeo.

A partir de ahí se puede diseccionar el encuentro en decenas de estampas, pero lo fundamental es que el Sevilla fue un juguete roto en un campo donde debía dar un paso al frente tras su batacazo del Calderón. Y todo por un penalti y una roja que, siendo contratiempos de peso, no pueden justificar tal apagón de fútbol e ideas.

Dicho esto, se pueden sacar varias conclusiones. La primera es que la plantilla no es tan larga como se presume. Este jueves faltó Pareja y la defensa hizo aguas por todas sus costuras.

A destacar la labor de Kolo, cuyas cualidades, al menos por ahora, son tan desconocidas como su impronunciable apellido. Su innecesario penalti lastró al equipo de forma decisiva y varió el rumbo del partido.

Pero hay más, porque los laterales tampoco dieron la talla. Coke cometió varias faltas evitables y Navarro demostró que cualquier tiempo pasado fue mejor, al menos en su caso. Hasta Carriço naufragó en la acción del 2-1, superado por un desconocido delantero croata que pronto estará en alguna liga de mayor lustre. Su nombre, para que lo apunten, es Kramaric, el mismo que provocó y transformó la pena máxima de Kolo.

Además, Banega no fue capaz de llevar con acierto la manija del equipo, muy plano durante los 90 minutos. Sólo una notable acción individual de Iago Aspas, que aprovechó un mal despeje de cabeza de Tomecak, permitió al Sevilla romper el empate inicial en una primera parte en la que al menos no pasó el más mínimo apuro.

Iborra pudo poner la sentencia en el arranque del segundo tacto, pero remató desviado tras un error clamoroso de Leskovic en el despeje. La acción cobró especial relevancia con el referido penalti de Kolo, porque sólo entonces los hombres de Emery se dieron cuenta de que habían estado jugando con fuego.

El resto del partido fue un auténtico tormento para el técnico vasco, incapaz de cortar la sangría en defensa y reactivar a su equipo en ataque. Emery, ya saben, tiene sus días y éste, huelga decir, no estuvo afortunado.

El segundo gol de Rijeka, obra de Kvrzic, hacía justicia al mayor dominio y entusiasmo de los croatas, que, eso sí, se olvidaron de dar la estocada definitiva a un Sevilla que siempre puede dar un último zarpazo.

El final de la historia ya lo saben, así que sólo nos resta felicitar al camerunés por su oportunismo. El sevillismo y, sobre todo, Emery le están eternamente agradecidos.

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